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quí está el texto con los nombres cambiados:

En el tranquilo vecindario de Colina Verde, un nombre resonaba en las sombras de la noche: Evaristo Pérez. No era un héroe ni un villano, sino algo mucho más peculiar: un gamer cuyas flatulencias nocturnas se habían convertido en leyenda. Evaristo, un joven de complexión robusta y aficionado a los videojuegos, había encontrado en "Syberia", una aventura gráfica de misterio y exploración, su némesis particular.

"Syberia", con sus paisajes nevados y rompecabezas intrincados, no era precisamente un juego que provocara intensas emociones físicas. Sin embargo, para Evaristo, cada acertijo resuelto, cada giro argumental inesperado, se manifestaba en una serie de estruendos intestinales de proporciones épicas. No eran simples pedos furtivos, sino verdaderas detonaciones sónicas que sacudían las ventanas y despertaban a las jovencitas de la zona.

Las pobres muchachas, acostumbradas al silencio apacible de la noche, se encontraban de repente sobresaltadas por una sinfonía de ruidos grotescos que emanaban de la casa de Evaristo. Algunas, creyendo que se trataba de truenos lejanos, se acurrucaban bajo sus mantas, buscando consuelo. Otras, más suspicaces, comenzaban a sospechar del origen real de aquellos estallidos. El misterio pronto se resolvió cuando la abuela de Evaristo, Doña Carmen, reveló a las vecinas, con una mezcla de vergüenza y resignación, el secreto inconfesable de su nieto.

A pesar de la vergüenza inicial, las chicas de Colina Verde terminaron por aceptar la peculiaridad de Evaristo con una mezcla de humor y resignación. Algunas incluso desarrollaron una especie de sistema de alerta temprana basado en los pedos de Evaristo, utilizándolos como señal para saber cuándo debían acostarse o cuándo se avecinaba una tormenta (real). Evaristo, ajeno a su impacto en la vida de las chicas, continuó jugando a "Syberia", liberando sus gases con la misma intensidad y frecuencia de siempre.

Y así, Evaristo Pérez, el gamer flatulento, se convirtió en una leyenda local, un recordatorio constante de que la vida, incluso en el más tranquilo de los vecindarios, siempre puede ser interrumpida por una inesperada y ruidosa explosión.